Leyendas

 

El Sombrerón

Edad: 10- 12 años en adelante

Se le conoce como Tzipitío, Tzipe, Sombrerón o Duende. La palabra tzi viene del quiché y se traduce como perro. Aunque podría provenir del náhuatl tzitzimitle, que significa demonio. El Tzitzimite es “un hombrecito muy pequeño, vestido de negro, con un gran cinturón muy brillante. Tiene un sombrero negro, pequeño también, y unas botas con tacones que hacen ruidito”. A este personaje le gusta “subirse a los caballos y hacerles nudos en la cola y en las crines. Estos nudos, que son así de menuditos, ‘cuesta un bigote’ deshacerlos’”.

Al Tzizimite también le agrada perseguir y molestar a las mujeres de pelo largo y ojos grandes. Cuando le gusta alguna muchacha, no la deja ni a sol ni a sombra: se le aparece en las noches cuando está dormida, y después de haberle enredado el pelo, le baila y le canta con su guitarra. De acuerdo con la idea popular, el Tzizimite tiene la altura de un dedo de la mano y cabe escondido en la almohada. Es un espíritu juguetón y doméstico. Su sombrero es tan grande que tiene que arrastrarlo, recorriendo a la hora del crepúsculo ciudades y campos. Cuando encuentra a la mujer de sus amores, amarra sus mulas al primer poste que encuentra, descuelga su guitarra que lleva al hombro y empieza a cantar y bailar.

La Llorona

Edad: 10- 12 años en adelante

La Llorona, a quien describen como una mujer vestida de blanco, se aparece, por lo regular, en lugares con alguna afluencia de agua como ríos, lagos o lagunas. Las personas narran que era una mujer que sufrió un delirio mental y ahogó a sus hijos. Como castigo de Dios, vaga por la eternidad buscándolos, y hay más de alguien que escucha su terrorífico grito “¡Ay mis hijos!”. En la actualidad, dicha narración se ha ido transformando y adaptando como un tipo de denuncia hacia el maltrato que reciben las mujeres. Según narraciones de habitantes de Amatitlán, La Llorona era una mujer que era víctima constante de violencia por parte de su esposo, hasta que llegó el día en que los golpes fueron tan severos que acabaron con la vida de la pobre mujer. El marido, para ocultar su crimen, la lanzó al Lago de Amatitlán, y luego huye con sus hijos hacia la capital. El alma de la pobre madre no descansa en paz, por lo que siempre se le escucha gritando desconsolada en  búsqueda de sus hijos.



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